El artesano estellés, Carmelo Boneta Lopetegui, de 69 años, cumple medio siglo con su taller de madera en la calle La Rúa de la ciudad del Ega, en plena ruta jacobea. Ha recibido muchos reconocimientos, como el Estellés del Año 2007, y este año, el de los Amigos del Camino de Santiago de Estella-Lizarra, en la festividad del patrón, el 25 de julio. Ha tenido cuatro alumnos japoneses. Se siente orgulloso de haber cubierto el hueco espiritual que dejó el robo de las reliquias de San Andrés en 1979, al hacer la hornacina del patrón de Estella.
Nací en Estella, el 25 de abril de 1946. Mi padre se llamaba José y era carpintero y mi madre Cruz. Aprendí las primeras letras en la escuela de Estella. Mi padre murió cuando tenía 13 años. Fui con un tío a vivir a Madrid, en donde entré en el taller de Fernando Mateo, en la calle Montesquinza, cerca de la Castellana. Este taller se dedicaba a la restauración y fabricación de muebles de calidad. Por las noches hacíamos copias de grandes maestros en telas de saco y los vendíamos en el Rastro.
Cuando tenía 18 años me ofrecieron un puesto de trabajo en los talleres de Padilla de Estella, y aproveché la oportunidad para volver a mi patria chica. Padilla se dedicaba a restaurar, principalmente elementos eclesiales: altares, retablos, etcétera. Iban de pueblo en pueblo: Zudaire, Murillo, Ayegui (Irache), etcétera. A veces se desmontaba la pieza, se arreglaba en el taller y luego se volvía a montar. Hacíamos talla, se doraba (previo “estofado” a base de cola de conejo y blanco España, para cerrar los poros), hacíamos policromías, etcétera.
Hice el servicio militar en la carpintería del cuartel. Con 19 años, tras unas desavenencias por la forma de trabajar, compré la bajera, en donde hasta la fecha tengo la tienda-taller. Me establecí por mi cuenta gracias a mi tío Ansorena, el carpintero, al que tuve que recurrir por no tener la edad legal para las escrituras. Su mujer, mi tía Carmen, era mi madrina. Me he dedicado a mi verdadera pasión: reproducir piezas etnográficas: argizaiolas, kutxas, etc. Esto surgió a ras del turismo, ya que veía un fallo vender souvenirs, y que se debían promocionar las piezas de artesanía. El peregrino ha sido la persona que más ha publicado mi nombre y mi forma de trabajar en el Camino de Santiago y en todo el mundo. Y sin pagar un céntimo. También hice mis pinitos en los trabajos de alfarería con Martín Echeverría, el último alfarero que quedaba en Estella; así como en talla de piedra, forja de hierro y trabajos de cera. Ocurría que desaparecían artesanos que me hacían determinadas piezas, y, si no aprendía yo, no podía conseguirlas. Por ejemplo, si hacía un mueble y no encontraba bisagras…
También trabajé en Renolit. En 1970, con 24 años, empecé de forma autónoma, haciendo encargos para otros, mientras alternaba con la fabricación de reproducciones de piezas de la etnografía vasca, que vendía en mi tienda-taller. Me dedicaba a buscar las raíces vascas, al participar en movimientos culturales como el club montañero o la ikastola. En el año 2003, como vi que tenía problemas para encontrar quien me suministrara la vela o cerillo delgado para poner en las «argizaiolas» que tallaba, decidí hacerlas por mi cuenta. He colaborado con el investigador alavés Isidro Sáenz de Urturi, gran conocedor del tren de Estella a Vitoria, con quien encontramos al tirar una casa de Estella los planos, el proyecto y el presupuesto de ese ferrocarril. Lo tengo yo y lo dejaré como patrimonio para Estella.
Me casé en 1970 con Dolores Lisarri. Tenemos dos hijas: Edurne, maestra en Sangüesa, y madre de Haizea e Inar, de 11 y 8 años, de forma respectiva, y que se dedica a la enseñanza en la ikastola de Sangüesa, y Mari Puy, licenciada en Bellas Artes, también centrada en la docencia, en Pamplona, y que es artista, especializada en fundición en bronce.
Como tuvimos que ir los cinco hermanos a parar a la Santa Casa de Misericordia, nos tocó ver el paso de peregrinos. Algo que ya conocía de cuando vivía con mis padres. Era muy curioso, y es una costumbre que ha vuelta ahora otra vez, siempre dejaban una medalla de su país, o un fetiche, escritas en el idioma de origen. Si sigues la colección de medallas que tengo del Camino de Santiago, ves que hay griegas, italianas, alemanas, y comprendes que es un itinerario cultural de Europa.
Antes venían en busca del perdón, o como consecuencia de algún detalle gordo familiar. Venían vestidos de peregrinos, traían sus testigos, que es una pieza que he recuperado yo, y que cuando te la daban en Roncesvalles, tenías derecho a que se te abrieran las puertas en todas las ciudades a las que ibas. Por lo general solían acudir al Ayuntamiento, y luego los derivaban al Santo Hospital y a la Casa de Misericordia en Estella. Ha habido una revolución cultural que no ha parado en el Camino de Santiago. Por ejemplo, en la música. Han venido muchas personas buscando instrumentos antiguos que están en los capiteles románicos de las iglesias, catedrales o palacios. Como el arpa que hay en la pilastra central del primer piso en el Museo de Maeztu; se ve un burro cantando y un perro tocando el arpa. En San Miguel hay unos ángeles tocando una zanfoña y en el Santo Sepulcro, tocando unas chirimías y un rabel. Todos estos instrumentos habían desaparecido, pero no la música que se había guardado en conventos y en palacios. Para volver a la música antigua se ha tenido que recuperar esos instrumentos, y la mejor manera de hacerlo ha sido el del Pórtico de la Gloria de Santiago. Allí hay doce ángeles tocando instrumentos musicales distintos, tallados en piedra. La Universidad de Santiago se ha encargado por medio de luthiers de hacerlos y de que vuelvan a sonar como hace ochocientos años.
Sí, claro. Al peregrino hay que darle cariño y lo que haga falta; echarle un capote cuando viene a Estella. Este año he hecho un calendario de mano con la foto del burro de un peregrino francés que pasó la noche en el taller. También he ayudado en situaciones de emergencia que ha habido; acompañándoles al Ambulatorio y al Hospital. Luego te dan las gracias. Si no tienes fuerzas en Estella, les digo que es mejor dejarlo a tiempo. Si abandonas en Los Arcos te parecerá una derrota.
Hoy, en día, con internet, los peregrinos y turistas ya saben a dónde ir, cómo y porqué. La gente va hacia lo que busca. Si vienen judíos ya sabes lo que quieren: picaportes, llaves o cerámicas. Los antiguos oficios que hay en Estella se los debemos a los judíos. El curtido, la forja o la taracea, se debe a que los reyes de Navarra trajeron gentes de otros sitios para enriquecer las cofradías que se crearon. Les perdonó los impuestos, con la condición de que tuvieran alumnos autóctonos. Esto no me lo he inventado yo. No se quedó el idioma, pero las herramientas de estos oficios son judías.
Siempre buscan una espiritualidad, en el sentido de meterse dentro de uno mismo, para preguntarte cosas que no se cuestionan cuando están en las ciudades, en donde están todo el día en el metro, el tranvía o el autobús. Aquí llegan y te descubren a si mismo.
(Reflexiona) Las iglesias deberían abrir, previo pago, después de los actos litúrgicos, para las visitas de los peregrinos y turistas. Incluso de forma guiada, como hay en otras ciudades. Aquí chutaron las lavadoras, con Agni, pero el turismo es una riqueza perenne. Tenemos todos los utensilios de piedra para explotarlos y no nos cuesta un duro, porque están hechos. El tren turístico me parece fenomenal, pero en verano deberían alargarlo hasta la pileta y las piscinas del Agua Salada. Los peregrinos saben de las propiedades de ese agua. Se le podría sacar beneficio. Llegan con los pies fastidiados y necesitan éso. También piden aloe vera para el mal del peregrino, un sarpullido que les sale en las piernas por el roce con la hierba seca en los caminos.
A los peregrinos se les acogía en el Hospital Viejo y en la Casa de Misericordia