Tres refugios del Camino, por Alejandro Sampedro
Mariaje RuizEl Camino me cambió la vida
El buen peregrino agradece los albergues donde es el momento de reflexión personal, desafío y autodescubrimiento.
Llevo 21 años en el camino. El peregrino comparte, agradece el albergue, la amistad entre peregrinos, la solidaridad, el apoyo, la fuerte conexión, la naturaleza compartida... entre otros aspectos.
En mi largo caminar me habían llamado la atención dos albergues. Las ruinas de San Antón y la ermita de San Nicolás.
Siempre caminaba en fechas que me los encontraba cerrados, y como cada vez despertaba más mi interés por quedarme, consulte qué meses estaban abiertos. Una vez enterado, emprendí el camino, pero esta vez de modo un poco especial.
Llegué a Burgos, caminé dos días. Para el tercer día llegué a San Antón.
Cuando estaba a poca distancia de las ruinas, vi que había unos peregrinos y la puerta estaba abierta. Los compañeros del camino siguieron caminando. Yo entré a su interior. Cuando me vió, un joven vino a mi encuentro. Como era pronto me preguntó:
-¿Te quedas?
-Sí,
-¿Seguro?
-Sí, sí, me quedo.

Estaba extrañado de que no siguiera hacia Castrojeriz. Una vez instalado fui a visitar todo lo que me podía encontrar. Me sentí impregnado por sus jacobeas ruinas, por las alacenas de piedra donde los monjes ponían comida para que los peregrinos que no estaban enfermos pudieran comer a su paso por el convento, ya que a los enfermos los acogían en sus posadas.
Preparado para la aventura
El albergue era de donativo, carecía de agua caliente y electricidad, tenía un baño en el exterior y una ducha con agua fría, en fin todo un reto para mí. Iba buscando eso y lo encontré.
Aproveche la mañana para ver con más detalle las ruinas pensando que hace 800 años vivieron los monjes antonianos. Estaba inmerso en el recorrido cuando vi acercarse a una persona. “Buenos días, soy Ovidio Campo, dueño de este albergue”, me dijo. Estuvimos hablando un buen rato y me explicó con todo detalle cómo decidió embarcarse en esta aventura y los proyectos que había pensado para un futuro inmediato. Le agradecí el tiempo que me dedicó y con un apretón de manos, y me deseó buena estancia.
A la hora de comer me desplacé a Castrojeriz, de vuelta ya había algún peregrino que me iba a acompañar. Al final del día éramos ocho con Andrés, el hospitalero voluntario, que estaba preparando la cena comunitaria en la cocina con nuestra ayuda.
Unas velas iluminaban la mesa que le daban un ambiente tranquilo, relajante y en este caso medieval. Fue una cena inolvidable entre amigos, compartiendo experiencias, saludos y abrazos, en el camino no hay extraños.
Salimos al exterior, el silencio de la noche, contemplando la inmensidad del universo, en el cielo las estrellas brillaban con fuerza, las sombras de las ruinas fantasmas que nos acechaban, memoria silenciosa de un pasado grandioso. Los compañeros se fueron a descansar y me quedé con Andrés hablando un buen rato, para mí fue una oportunidad única, hasta que el sueño y el cansancio se apoderó de nosotros. Fue una noche mágica, de esperanza y deseos, no pude evitar las lágrimas.
La luz del día comenzó a aparecer, una niebla misteriosa cubría las ruinas, como si de fantasmas se tratase. Andrés esperaba con los desayunos. Algunos compañeros más madrugadores ya estaban caminando. Yo no tenía prisa me esperaba la ermita de San Nicolás a pocos kilómetros de distancia. Nos quedamos solos y me contó sus experiencias de los 15 días que estuvo de hospitalero. Era un 30 de septiembre, cerraba hasta abril del siguiente año.
Llegó la hora de la despedida, valorando la acogida, un sentimiento de nostalgia por la partida me invadió el cuerpo, había que seguir. “Gracias por cada momento compartido, me llevo grandes recuerdos”, le dije. Salí con lágrimas hacia Castrojeriz, miraba hacia atrás una y otra vez, observando el entorno que había dejado admirando la belleza que había dejado atrás.
Volví unos años después de pasar con amigos, tuve la suerte de ver a Ovidio, estaba con unos obreros mejorando las instalaciones, me comentó los proyectos que tenía en mente, entre ellos poner un telescopio para observar las estrellas, un lugar sin contaminación eléctrica. “Seguro que será un éxito”, le dije. Estaba ocupado dirigiendo las obras, no quisimos estar más tiempo y nos despedimos hasta la próxima.
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